Sobre el antiguo mito de Eva saliendo de la costilla del varón - 2 reflexiones
1- La mujer es reconocida en pleno pie de igualdad
Todos sabemos que, antes del advenimiento de la filosofía griega, el hombre meditaba sobre la realidad no por medio de conceptos y de razonamientos normados por la lógica, sino mediante relatos simbólicos, míticos, alegóricos, poéticos. Aún hoy, fábulas y relatos de este tipo ayudan a la enseñanza y la interpretación de la realidad. Existe, incluso, una simbólica espontánea, arquetípica, estructural, en el hombre, que utiliza el psicoanálisis -tanto freudiano como junguiano- para explorar las profundidades de la psique. Simbólica hasta utilizada por la propaganda -tanto comercial como política- y por los medios audiovisuales, para manejar la mente humana. Simbólica, empero, que es capaz de alcanzar elevados grados metafísicos en algunos poetas y se transforma en expresión de arte en el cine, en la pintura, en el teatro.
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La Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, maneja constantemente este modo de pensar simbólico y desconoce prácticamente la manera griega, conceptual, categorial -salvo en algunos contados pasajes de sus escritos más modernos-.
El pasaje hoy leído del libro del Génesis [2,18-24], en la primera lectura, pertenece a una de las fuentes más antiguas del Pentateuco, fijada por escrito, quizá, hacia la época de David, casi seiscientos años antes del Platón y Aristóteles. No pretende relatar, como tendería a pensar, quizá, el lector moderno, algo que pasó 'hace mucho, mucho tiempo', sino reflexionar sobre el hombre y la mujer de siempre, de la manera simbólica aludida.
Y es evidente que nuestro relato parece tener sus paralelos en los diversos mitos del 'andrógino primitivo' que, tanto en la tradición hindú, como en la hermética, como en la filoniana, como, finalmente, en la recogida por Platón en su diálogo 'El banquete', explican el origen del varón y de la mujer y su mutua atracción, por la división de un ser primitivo dotado de los dos sexos. –De allí 'androgino', o 'hermes-afrodita'- Partes que tienden luego constantemente a recomponer la unidad primitiva.
Algo de eso hay en ese 'costado' –o 'costilla' o 'mitad'- del cual sale la mujer en nuestro relato del Génesis.
Pero hay, en el texto revelado, una diferencia importante con aquellos mitos. En aquellos relatos extra bíblicos, la división del andrógino primitivo no es concebida igualitariamente. A lo 'masculino' toca la parte 'celeste', 'luminosa', 'espiritual'; a lo 'femenino' lo 'terrestre', lo 'oscuro', lo 'material'.
Lo viril, según Platón, está relacionado con lo solar; lo femenino, con lo terreno o lunar. En el brahmanismo, Siva, lo masculino, se identifica con ‘Purusa', el espíritu; Sakti, lo femenino, con ‘Prakriti', la materia.
De allí que, en el mito griego, la mujer, Pandora, es el castigo enviado por Zeus a los hombres.
En todas estas civilizaciones, en consonancia con sus mitos, la mujer es inferior al varón y constante fuente de males y dolores de cabeza para este. Solo sirve para procurarle hijos –Juno- y placeres –Venus-. Se cuenta entre las posesiones del varón, junto con el ganado, la tierra y los esclavos. No existe, entre ellos, igualdad ni reciprocidad en el mutuo trato.
¡Qué lejos está nuestro relato bíblico de esta concepción! Lo muestra precisamente la comparación adrede que hace su autor entre la actitud indiferente del hombre frente a los animales y su entusiasmo frente a la mujer.
Y se trata, justamente, de que el individuo humano, tanto varón como mujer, de por sí, está solo. Y la soledad, según la Escritura, no es buena para él. El individuo es un ser fragmentario, incompleto, inconcluso. Le falta una mitad de su ser, una 'ayuda adecuada'. La traducción 'ayuda adecuada' no alcanza a expresar la riqueza del original hebreo. No se trata de que el varón necesite una 'ayudante', un servicio. Se refiere a algo más global y profundo: esa 'ayuda' o integración sin la cual el ser humano no alcanzará esa promoción interna y externa de todo lo que significa el ser hombre.
Para eso no alcanzan las realidades impersonales, ni la de los bienes materiales, ni la de las actividades intelectuales o técnicas, ni, finalmente, los animales, el ganado, junto a los cuales alineaba a la mujer la antigüedad.
Solo ella, la mujer, es “hueso de sus huesos y carne de su carne”. En pleno pie de igualdad es reconocida como la capaz de integrar plenamente la naturaleza humana, incompleta en el varón. Es cierto que el relato aún se escribe desde el punto de vista del varón. Pero podría, perfectamente, redactarse desde el punto de vista de la mujer y decir que del costado de la mujer, Dios crea al varón.
Y, ciertamente, que esto se refiere primordialmente a la pareja; pero también a la sociedad en general. Porque solo una sociedad en donde los valores heterosexuales sean respetados en su especificidad complementaria, será una sociedad verdaderamente humana.
No es en la confusión de los sexos o el falso igualitarismo que pasa porque uno de los sexos adopte 'homosexualmente' los valores de otro, sino en la promoción enriquecedora de cada sexo con sus valores propios, como se promueve el todo cordial de la sociedad. A veces, un falso feminismo cree promover a la mujer colocándola, en competencia imitativa, en los papeles y actitudes del varón.
En el plano personal, cuando el varón y la mujer se encuentran en verdadera y heterosexual amistad, en donación definitiva y en mancomunada empresa de fundar una familia, se da un tipo de amistad única y paradigmática. La amistad matrimonial. Tanto es así que ha sido utilizada por los textos sagrados para calificar el amor que Dios tiene a Su pueblo y Cristo a Su Iglesia.
Amor singular que, más allá de cualquier otro lazo, aun el de los lazos de la amistad filial y parental, llega a conformar –como dice nuestro relato-, de dos individuos, varón y mujer, 'una sola carne'.
La expresión –'una sola carne'- podría traer alguna confusión si la entendemos desde cierto dualismo que, en nuestro leguaje común, contrapone la 'carne' al 'espíritu' o el 'cuerpo' al 'alma'. El hebreo no tiene estas distinciones. Para el hebreo hablar de 'carne' es designar a todo el hombre, a la 'persona' -como cuando Jesús dice 'Esto es mi cuerpo' queriendo decir 'Esto soy yo'- 'Una sola carne', para la Biblia es, sencillamente, un solo 'yo-nosotros', una sola 'persona'. No está hablando, pues, solamente del encuentro de los cuerpos, sino de todo el hombre.
Es allí, pues, donde el ser humano se realiza o, por lo menos, tiene auténticas posibilidades de realización.
No cualquier unión con el otro sexo es designada con este 'llegar a ser una sola carne' que hace a la plenitud natural de la vida terrena. Cualquier otra unión de tipo inferior sigue dejando al hombre y a la mujer solos, sin 'ayuda adecuada'.
No es una cuestión venérea, genital, la que hace del hombre un ser fragmentario, necesitado, con un costado faltante. Ninguna educación sexual moderna, ni relajo en las costumbres, podrá llenar ese vacío. Solo la complementariedad que se da en el 'hacerse una sola carne' en la mutua entrega definitiva, incondicionada, monógama, personal y amorosa, es capaz de llevar al hombre a plenitud.
Porque también el varón y la mujer pueden mirarse mutuamente como a los animales en los cuales no encontró el hombre 'ayuda adecuada'. Acercarse solo animalescamente al varón o a la mujer, como nos incita la contracultura contemporánea, es condenar al hombre a la frustración, mutilarle sus verdaderas posibilidades de amor -y, por lo tanto, de felicidad- y rebajar el sentido de una sexualidad hecha para el pleno gozo de la amistad marital.
La Iglesia no se hace puritana censora de la pornografía, del libertinaje sexual, del divorcio, por afán de 'pureza' ni por desprecio o miedo al sexo, ni por una falsa noción de pecado reducido a sexto mandamiento. Lo hace con profunda compasión, con enorme lástima. Porque, al perder el hombre y la mujer contemporáneos el verdadero sentido de sus relaciones mutuas, pervierten la oportunidad más grande que toda sociedad, que todo hombre -rico o pobre, inteligente o simple, desarrollado o subdesarrollado- tiene de ser relativamente feliz en este mundo: el ejercicio heroico, pero con heroísmo al alcance de todos, del verdadero amor que lleva al hombre y a la mujer a fundirse en 'una sola carne' para toda la vida.
Y Cristo, hoy, en el evangelio [Mc 10,2-16], no excede lo natural –no está hablando aún del 'sacramento' que sublima en caridad todo lo anterior-, está hablando simplemente de los mecanismos naturales, psicológicos, programados genéticamente, hereditarios, por los cuales todo varón y toda mujer -no por ser cristianos, sino por ser sencillamente hombres- están llamados a realizarse en nada inferior al verdadero amor matrimonial.
De allí para abajo todo será en contra de sus aspiraciones más profundas y, por lo tanto, contra la verdadera felicidad de individuos y de pueblos.
Y, tarde temprano, los frutos amargos aparecen.
2- La primera declaración de la igual dignidad de la mujer con el varón en la historia
Todos recuerdan el conocido mito del ‘andrógino' que Platón coloca en labios de Aristófanes en la primera parte del diálogo 'El Banquete' , sobre el amor. Al comienzo –cuenta- eran tres los géneros de los hombres: además del masculino y el femenino, había un tercero que participaba de los dos, el 'andrógino'. Espaldas y costados formando un círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos rostros, cuatro orejas, etc. Esto les confería tal vigor y fuerza que atentaron ensoberbecidos contra los dioses. Entonces Zeus que no quería privarse del homenaje y sacrificios de los hombres, en lugar de matarlos, para quitarles las fuerzas los dividió por la mitad. Desde entonces –como en la misteriosa comunicación que cuentan los novelistas existe entre los siameses- las dos mitades tienden a reunirse para reintegrar el todo.
Mito parecido, recoge Beroso, el historiador caldeo del siglo III antes de Cristo, en el ámbito mesopotámico. Lo mismo nos cuenta el Rig Veda, de la India, y, según relata Frazer en 'La Rama Dorada', leyendas semejantes se encuentran entre los maoríes y los birmanos. La mujer fue sacada de una mitad del hombre.
Los mismos elementos míticos los encontramos en nuestro relato de la Biblia. La palabra hebrea que nosotros traducimos por 'costilla' es de significado incierto. Se relaciona con una raíz sumeria que puede significar alternativamente 'costilla', 'costado', 'mitad' o 'vida'. Pero lo importante es aquí que, bajo el mismo lenguaje mitológico, se dicen cosas diferentes a la de los mitos griego o mesopotámico.
Recordemos que, en el mito relatado en El Banquete, además del 'andrógino' existían dobles varones y dobles mujeres y Aristófanes hace toda una apología, en el Banquete, de la atracción entre las dos mitades, aún del mismo sexo, sobre todo del masculino, que privilegia sobre los otros. Si bien es verdad que Aristófanes es enemigo de Sócrates y este discurso está puesto en sus labios.
En el poema mesopotámico de Gilgamesh el hombre primitivo, Enkidu, tiene también que salir de la estepa y dejar la compañía de los animales para hacerse humano –como ha ‘adam, el hombre, que no encontró en ellos –dice el Génesis- la ‘ayuda adecuada'. Pero la ayuda adecuada Enkidu no la encuentra en la mujer, que solo sirve para su placer, sino en el varón, Gilgamesh.
Así como la mujer es puesta frente al hombre cuando se la presenta Dios al despertar del sueño -después de afirmar “Voy a hacerle una ayuda semejante a él”- así Gilgamesh oye en sueños, antes de la aparición de Enkidu: “Te pondré frente a ti, alguien paralelo a ti […] un fuerte guerrero que nunca te abandonará”.
Ven, ese es el ambiente contra el cual el autor bíblico polemiza. Ambiente en donde la mujer es considerada un ser inferior, casi un animal, una esclava del varón, solo para trabajar, servirle y darle hijos, pero con la cual es imposible la amistad y complementariedad. Estas solamente pueden hallarse en la amistad entre varones. “La mujer” –decía Aristóteles- “tiene un alma imperfecta”, es un 'mas occasionatum', un varón defectuoso. Hasta pueden aquí detectar los psicoanalistas al que llaman 'complejo de castración'.
El asunto es que la alegría que siente Gilgamesh cuando se encuentra con Enkidu, en el relato bíblico es atribuida al varón cuando aparece la mujer: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!
Algo semejante quiere afirmar el primer relato de la creación del hombre, el del capítulo primero, más abstracto, y que utiliza un lenguaje menos mítico. “Y Dios creó al hombre a Su imagen; lo creo a imagen de Dios, los creó varón y mujer”. ¿Ven? El hombre, 'la imagen de Dios' no es el varón, es el varón y la mujer.
Esta es la primera declaración de la igual dignidad de la mujer con el varón en la historia. Lo humano no es solo lo masculino. Lo masculino solo, es inhumano. Lo humano es lo masculino 'y' lo femenino. Y, contra el mito platónico, la intersexualidad auténtica y personalizadora solo puede darse en el amor entre el varón y la mujer.
En esto la sociedad contemporánea ha vuelto al machismo de la antigüedad. Tanto se desprecia lo femenino –que como tal solo vale como objeto de consumo erótico del macho- que la mujer misma, convencida de la superioridad del varón, lanza como bandera feminista -¡oh paradoja- el ser y actuar 'igual' que el varón. Los varones decimos: "¡Gracias por el homenaje!”
Esta complementariedad mutua de lo masculino y lo femenino es necesaria no solo en lo personal y familiar sino también en lo social si se quiere llevar adelante un mundo verdaderamente humano. Mundo bestial el de la virilidad desorbitada privada de lo femenino.
Claro que este equilibrio tampoco se da cuando las mujeres quieren parecerse en su actuar a los varones. Lo que suele traer como consecuencia, y quién sabe por qué extraña ley de compensaciones, que cada vez haya más varones que se parecen a mujeres.
Bien es verdad que esta complementariedad se da normalmente en el ámbito de lo personal y familiar. Y allí –salvos otros caminos queridos por Dios–en la institución natural del matrimonio.
Porque, vean, aquí, en la Biblia, no se trata del mero impulso erótico del hombre hacia la mujer –hacia la 'Afrodita Pandemos'- como en El Banquete de Platón y, mucho menos, del puramente sexual –hacia la 'Afrodita Pankoinos' o 'Venus Meretrix', como allí mismo se critica. En este orden de lo ‘solamente' sexual no hay verdadera complementariedad, sino atracción pasajera y a nivel del puro 'concupiscible' – 'epithimía', diría Platón- por definición egoísta. Cosa que describe bien Freud cuando habla de los elementos sádicos, de agresividad y de domino, del puro acto sexual. Incluso el lenguaje lo manifiesta. Véase nuestra expresión porteña más chabacana o la más tradicional 'poseyó a una mujer'. Y no vaya a creerse que esto es solo propio del varón. Los psicólogos modernos, más allá de Freud, descubren actitud similar en la mujer: la de la ‘planta' o ‘flor carnívora' o ‘araña' que se cierra debajo de su presa -según ellos-.
No, la Biblia habla de otra cosa. De un amor que no es posesión, absorción, consumo, deseo, sino de un amor y convivencia que es entrega, donación total de sí mismos, para la construcción de una unidad superior y permanente. “Varón y mujer a imagen de Dios los creó”. A ese nivel en el cual el cristianismo instala el mismo ser de Dios: “Dios es Caridad”. Y ya sabemos que ‘una sola carne' en el lenguaje bíblico no mira solo al cuerpo como distinto del espíritu, sino al hombre en su unidad substancial, en su ser único y personal.
Por eso, no por un encuentro fugaz y placentero, “deja a su padre y a su madre”. En una expresión que luego el evangelio utilizará para describir el amor total y no atado ni a condición ni a tiempo ni a nada ni nadie que el cristiano ha de tenerle a Él: “el que no es capaz de dejar padre, madre […] no es digno de ser mi discípulo ”.
De allí que al tornarlo ahora en sacramento y en signo del amor que El tiene por la Iglesia, Jesús vuelve a recordar el propósito fundante original de Dios respecto del matrimonio, deformado luego por el egoísmo y el pecado de los hombres.
Y, en labios de Jesús el relato alcanza ahora resonancias plenas. Porque ahora sabemos mejor qué es haber sido creados a imagen de Dios. El es Caridad, Amor y Jesús –dice San Pablo- es la imagen perfecta de ese Dios que es Amor. Y Jesús se manifiesta sobre todo en y como entrega. Entrega total, plena y sin retorno, sin condiciones, para siempre. Hasta la muerte, y muerte de cruz.
Esa es la sublime vocación del hombre: deificarse en el amor, cosa que realiza sacramentalmente el matrimonio cuando a través de la entrega mutua se resucita al yo común vivificado por el Espíritu.
Quien vive su matrimonio –o su entrega a Dios celibataria- debajo de esto falsifica, adultera su vocación.
Si alguien quiere casarse, pues, y es hombre y es cristiano, no puede conformarse con menos que esto, pase lo que pase y suceda lo que suceda.
De allí para abajo nada es divino y por lo tanto nada es, para él, auténticamente humano y, por eso, aún en los casos más aparentemente razonables: “Quien se divorcia de su mujer y se casa con otra, adultera”
Fuente: catecismo.com.ar
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