La visión cristiana de las diferencias de sexo (AL 56)



La ideología de género

Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada de género, que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo». 
 

La visión de la fe

En la visión de la fe, la diferencia sexual humana lleva en sí la imagen y la semejanza de Dios (ver Gn 1,26-27): «Esto nos dice que no sólo el hombre en su individualidad es imagen de Dios, no sólo la mujer en su individualidad es imagen de Dios, sino también el hombre y la mujer, como pareja, son imagen de Dios. La diferencia entre hombre y mujer no es para la contraposición, o subordinación, sino para la comunión y la generación, siempre a imagen y semejanza de Dios…
 
Podemos decir que sin el enriquecimiento recíproco en esta relación (en el pensamiento y en la acción, en los afectos y en el trabajo, incluso en la fe) los dos no pueden ni siquiera comprender en profundidad lo que significa ser hombre y mujer.
 
La cultura moderna y contemporánea ha abierto nuevos espacios, nuevas libertades y nuevas profundidades para el enriquecimiento de la comprensión de esta diferencia. Pero ha introducido también muchas dudas y mucho escepticismo. Por ejemplo, yo me pregunto si la así llamada teoría del género no sea también expresión de una frustración y de una resignación, orientada a cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma. Sí, corremos el riesgo de dar un paso hacia atrás. La remoción de la diferencia, en efecto, es el problema, no la solución» (Papa Francisco, Audiencia general, 15-04-2015).

Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños...
 
El cristianismo proclama que Dios creó al hombre como hombre y mujer, y los bendijo para que formasen una sola carne y transmitiesen la vida (cf. Gn 1, 27-28; 2, 24). Su diferencia, en la igual dignidad personal, es el sello de la buena creación de Dios. Según el principio cristiano, el alma y el cuerpo, así como el sexo biológico (sexo) y el papel sociocultural del sexo (género), se pueden distinguir pero no separar.
 

Los itinerarios prematrimoniales

Por lo tanto, emerge la exigencia de una ampliación de los temas formativos en los itinerarios prematrimoniales, de tal manera que éstos lleguen a ser itinerarios de educación a la fe y al amor, integrados en el camino de la iniciación cristiana. En este sentido, es preciso recordar la importancia de las virtudes, entre las cuales la castidad, condición preciosa para el crecimiento genuino del amor interpersonal. El itinerario formativo debería asumir la fisionomía de un camino orientado al discernimiento vocacional personal y de pareja, creando una mejor sinergia entre los varios ámbitos pastorales. Los itinerarios de preparación al matrimonio deben ser propuestos por parejas de casados capaces de acompañar a los novios antes de las nupcias y en los primeros años de vida matrimonial, valorando así la ministerialidad conyugal. Una pastoral que favorece las relaciones personales ayudará a la apertura gradual de las mentes y los corazones a la plenitud del plan de Dios (RF 2015, 58).

Por otra parte, «la revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades componibles y descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas».
 
En este contexto la Iglesia siente la necesidad de decir una palabra de verdad y de esperanza. Es preciso partir de la convicción de que el hombre viene de Dios y vive constantemente en su presencia: «La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta “la acción creadora de Dios” y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término: nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente» (Congregación de la Doctrina de la Fe, Instrucción Donum vitae, 5; ver Juan Pablo II, Evangelium vitae, 53).

Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada.


«Me pregunto si la crisis de confianza colectiva en Dios, que nos hace tanto mal, que hace que nos enfermemos de resignación ante la incredulidad y el cinismo, no esté también relacionada con la crisis de la alianza entre hombre y mujer. En efecto, el relato bíblico, con la gran pintura simbólica sobre el paraíso terrestre y el pecado original, nos dice precisamente que la comunión con Dios se refleja en la comunión de la pareja humana y la pérdida de la confianza en el Padre celestial genera división y conflicto entre hombre y mujer». (Papa Francisco, Audiencia general, 15-04-2015).

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